Esta
breve descripción de la rutina está dedicada a mi profesor de Religión del
instituto, Jorge, que más bien era mi profesor de La Vida.
LA RUTINA
Los días se suceden monótonamente en
esta triste espera en que cada segundo tarda una eternidad en pasar. En la mesa
no queda un centímetro sin ser ocupado por hojas de papel repletas de densas
selvas de palabras ininteligibles. Los bolígrafos y los rotuladores se hallan
esparcidos de cualquier manera, en desorden irreparable y exhaustos. La silla,
a cada minuto que pasa, más incómoda se vuelve, a cada hora, más dura, a cada
instante, más destructora. Y, mientras tanto, los conocimientos adquiridos
recientemente bailan un compás desconocido que el cerebro es incapaz de
asimilar. El tiempo invertido empieza a convertirse en tiempo perdido, el sueño
empieza a adormecer todas las células vivas, los párpados se cierran
independientemente de que la cabeza quiera seguir levantada. Y todos los
esfuerzos son reducidos a polvo, porque de nada han servido tantos días de
encierro, tantos días de soledad, tantos días sin abrir esa ventana que permite
la entrada de ese rayo de luz capaz de iluminar el alma: los días siguen
transcurriendo a velocidad de vértigo y cada segundo de la cuenta atrás se va
agotando más rápidamente que el anterior. La fecha esperada está ahí mismo, muy
cerca, demasiado cerca, y el contenido de los folios todavía son solo palabras
de tinta.
Aer
No hay comentarios:
Publicar un comentario