miércoles, 18 de febrero de 2015

Marian

MARIAN

Marian estaba satisfecha con el rumbo que había tomado su vida porque tenía todo cuanto podía desear: un modesto apartamento de alquiler en el centro de la ciudad y una plaza en la universidad más prestigiosa del país para estudiar la carrera que más le gustaba y por la que había estado luchando desde que era niña. Y aquel nuevo mundo era tan distinto del que había conocido en su niñez y adolescencia que supuso un gran cambio para ella.
Marian no podía apartar la mirada de los cientos de escaparates que había por doquier, ni dejar de escuchar la alegre melodía que los músicos tocaban en la calle. Se desvivía por oír las historias que todo el mundo parecía estar deseoso de contarle y admiraba el grupo de gente del que se había rodeado…
Marian se empapó de su nueva y ansiada vida hasta tal punto que llegó a olvidar la que anteriormente había tenido.
Un sábado por la mañana salió a dar un paseo y llegó hasta un barrio cercano que aún no había tenido ocasión de explorar. Sus solitarias calles de adoquines grises proporcionaron a Marian un lugar apacible para pensar, alejado del bullicio de la muchedumbre y el ruido de los automóviles que acribillaban sus tímpanos día tras día. Lejos de sentirse sola, disfrutó de un momento tranquilo con la única compañía de un viento que se colaba raudo entre los edificios.
Llevaba ya un rato caminando por aquella zona cuando, al doblar una esquina, se cruzó con alguien. Era un chico alto, desgarbado y moreno que, por alguna extraña razón, le resultaba vagamente familiar. Él se detuvo al reparar en ella y se quedó mirándola, sorprendido.
Durante unos segundos que a Marian se le antojaron eternos, permanecieron en la misma posición, quietos, mirándose el uno al otro, sin atreverse a abrir la boca para murmurar un saludo de cortesía que, una vez realizado, los separaría de nuevo, tal vez para siempre.
Entonces, un recuerdo lejano comenzó a aflorar en la mente de Marian y lo reconoció. Se trataba de un antiguo compañero del instituto con el que apenas había hablado un par de veces; ni siquiera le había llegado a caer demasiado bien en todo aquel tiempo. Pero ahí estaba, meses después, como un puente que conectaba a Marian con el pasado y haciéndole revivir una vida que ya creía perdida.
Lenta, muy lentamente, ambos articularon un frío saludo y, después, cada uno siguió su camino.


Aer

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